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Mito de Olympus, lo más alto entre lo alto, lo luminoso.

 

PAISAJE INTERNO

 

Una Cariátide (Erecteón) guardián, abre la estructura de un templo invisible, la geometría de la perspectiva en fuga concentra la mirada hasta aquí errante del asistente  en la presencia de Niké, cuyas alas luminosas, tomaron cuerpo sutil e invaden la sala con su  energía solemne. Aún en vuelo casi posada, Niké de Samotracia  trae la bendición de la Victoria… lo frágil de la vida sobre lo perpetuo de lo absoluto.

El perfume del mar invade el espacio dando presencia al agua. La proa del barco de madera donde se posó Niké cruje con su presencia.  El sonido de un instante de viento eternizado en la piedra, arremolina las olas y  moja la fina seda que visten las deidades; la  adhiere sobre su piel; mientras, algunas Nereidas danzan distraídas creando  universos, galaxias con brazos y piernas sutiles, invisibles; otras descansan recostadas,  Dione y Afrodita (Pandemos) ensueñan sus cabezas imaginarias con el anhelo insensato de sus deseos divinos, contemplan su obra, hombres, mujeres, centauros, semidioses y guerreros, luchando, cazando, atrapados en un tiempo petrificado donde el instante que separa la vida y la muerte quedo paralizado en lo eterno. Sin embargo, Afrodita, sueña con el amor y la victoria de una humanidad que lucha contra lo impredecible.

 

Contemplando el oráculo de la vida (escultura de luz), donde los humanos  se miran, la poderosa mirada de Atenea (Lemnia) atraviesa dimensiones humanas y divinas. En tanto, nosotros, transitamos un tiempo efímero, que milagrosamente se detiene ante el buen augurio de la luz al traspasar las paredes del oráculo. Una etérea escultura de luz que como un cristal juega amorosamente con nuestro cuerpo.

 

La cabeza solitaria del caballo de Selene, anuncia su presencia en luz de luna, hechizando una marea intangible que sube y baja conciliando  la luz, el viento y el agua.

 

Otra manifestación de Afrodita (Urania)  surge del mar elevada por las horas,(Trono Ludovici),  se revela en distintos cuerpos de Venus, dialoga consigo misma en controversia de lo sagrado y lo profano del amor, reafirmando su eternidad en lo sublime de la ternura. No es extraño que la presencia de Afrodita todo lo invada…

 

A lo lejos, Demeter, delicadamente escondida entre las nubes y el perfume a flores blancas, permanece sentada imperturbable,  cuidando el ciclo fértil de la tierra. Atrás,  dos jóvenes disfrutan en la exaltación de la flor el perfume de las amapolas, y la poetisa Safo le susurra un poema anhelando la vida.

 

“Sólo suplico de los inmortales a los que he honrado

en tan alto grado en todos mis versos y cantos y danzas,

una oportunidad más de seguir viviendo un poco

cerca de los seres y de las cosas que he amado.”

Las divinidades cobran vida inmóvil, se comunican  entre ellas en su terreno celestial; en ese vínculo de diálogo críptico, no se puede descifrar   si se humanizan  los dioses o se divinizan los hombres… nosotros pasamos a formar parte de ese no lugar, las descubrimos en su espacio; ellas, que auguran el azar cotidiano, desafiándonos entre el dolor sordo de la sinrazón y el gozo propio de la plenitud; ellas, que  dibujan nuestra historia desde su oráculo divino; aquí, en este no lugar, no perciben nuestra presencia. ¿Un instante de eternidad?… quizás, un intersticio del oráculo humano.

 

Sin embargo, la que reina en este Olympus, es la Victoria, pareciera, que la fuerza de su vuelo nos llevó a su universo como invisibles testigos de una realidad imperturbable. Con su cabellera invisible bañada de estrellas y luz de luna, fundida su mirada profunda en el multiverso infinito, ya no es una victoria de batallas pasadas, es la victoria resignificada de la pregunta original. La victoria del azar sobre el destino, la victoria de lo incierto sobre lo cierto.

 

Una mujer alada, se entrega magnánima sobre el navío de la esperanza y entrega su sagrada Humanidad al hombre…

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